Desde el 22/10/07 éste blog se mudó hacia Wordpress. La dirección de acceso actual es: unextrano.wordpress.com Le decisión de moverme a Wordpress, es solo estética. Me da la posibilidad de tener un diseño más prolijo y profesional. Por supuesto se mantienen todos los post que se publicaron hasta ahora, y lo mismo ocurre con los comentarios: continúan publicados. Pero todas las nuevas entradas irán apareciendo en el nuevo sitio.

Sobre el papel del escritor

¿Escribir sobre lo que uno escribe?
La idea me resulta paradójica. El concepto es cautivantemente egocéntrico, como para hacerlo a un lado así como así: al fin de cuentas un escritor, -cualquier creador, en verdad- tiene una veta de profundo egocentrismo; y no puedo dejar de pensar en Stanislaw Lem escribiendo el primer capítulo de Vacío perfecto, y tengo que reírme porque nada está más alejado de mis intenciones que rizar el rizo de la paradoja narrativa.
¿Cuál es el trabajo del escritor?; ¿qué lo mueve a escribir?

Pensar el momento de la creación literaria es un proceso complejo; y no tengo una mentalidad analítica como para animarme a hacerlo con éxito. Sin embargo, es uno de los temas que más me preocupa mientras no estoy sentado frente a la máquina desgranando historias.
Desde que Flaubert publicara Madame Bovary
en 1857, el escritor ha debido cambiar radicalmente su postura frente a la materia escrita. Vivimos en un mundo en el que todos los eventos sociales son parte de una especie de espectáculo circense destinado exclusivamente a nosotros: como si en cierto modo fuésemos algo más que una simple contingencia o desviación matemática en un cuadro estadístico.
La televisión, la música en las FM, la publicidad gráfica en la calle, el cuidado diseño de los comercios de moda, el cambiante vocabulario; todo parece haber escapado de una vasta comedia musical. Casi todo el mundo que nos rodea, y que aún muchos consideran sólido y seguro, no tiene mayor consistencia que un decorado teatral; sin embargo, nadie parece preocupado por ello mientras tenga un trabajo mas o menos seguro que le permita cobrar un sueldo el día 5 de cada mes.
Pero mientras gente de veinte o veinticinco años simplemente se deja estar recostados sobre un sillón, absortos con el calidoscopio de imágenes y luces de la MTV, tras la puerta del living miles de niños mueren de hambre, y otros miles más son violados y asesinados por psicópatas insatisfechos; y aburridos oficinistas se lanzan a correr picadas un sábado por la noche, buscando la muerte del otro en medio de un estruendo de metal retorcido y sangre, como en una especie de redención. Y mientras coqueteamos con nuestras esposas frente a las pantallas de la televisión por cable, decenas de miles salen a las calles reclamando por aquello que creen que injustamente les han quitado, sin que nos preocupemos en nada por su dolor y desesperación; de la misma forma que ellos harán cuando seamos nosotros los que nos lancemos a la calle: una eterna repetición ad nausean de patéticos y aburridos reclamos pequeño burgueses, de los cuales pronto nos olvidaremos.

Argentina se ha convertido en el paraíso pequeño burgués del mundo; aquí nada es tan importante como nuestro propio bienestar, más allá del padecimiento de aquel a quien tenemos al lado. Creo que somos pequeños burgueses por tradición y por vocación; como si en cierto modo nos estuviera vedado incomodar (pero incomodar de un modo auténtico) a los demás. Los intereses actuales del argentino medio se reducen a lograr un trabajo imaginariamente estable; la promesa de una jubilación –para dentro de treinta o treinta y cinco años- dada por una empresa privada; poder comprarse el nuevo modelo de celular con cámara de fotos; y dos o tres cosas más.

Lo que más me sorprende es la falta de impulso para relacionarse de un modo adulto y maduro con los otros. Pareciera que el humor de ésta época es la histeria; o lo que es más temible, la misantropía. El futuro se presenta ante nosotros contoneándose ante nosotros con movimientos torpes: una bailarina de cabaret decadente y aburrida; vemos entonces, indiferentes, como la violencia va ocupando cada rincón de nuestras vidas. La violencia no sólo es un acto de agresión física hacia el otro; ésta es la violencia más inofensiva que podemos imaginar; cuando digo violencia en realidad estoy hablando de un estado de ánimo general que nos llevó a encerrarnos dentro de nuestras cabezas, aislándonos del resto. Todo ciudadano de clase media rechaza la violencia como modo de relacionarse con sus vecinos, pero no puede dejar de mirar las noticias más sangrientas con que la televisión nos bombardea constantemente. Pareciera que buscamos satisfacernos en el dolor y el sufrimiento ajenos, como si de ésta forma pudiéramos librarnos de nuestros resentimientos.

En éste presente, ¿cuál es, entonces, el papel que le toca jugar a un escritor?
Sospecho que al escritor solo le cabe transformarse en un testigo de los hechos que transcurren a su alrededor. El escritor debería conformarse con brindar las alternativas que viven en los paisajes de su mente; quizás porque el mundo de nuestra imaginación será tanto o más real que el mundo exterior.
Pero, ¿de que modo lo debería hacer? Estoy convencido que el escritor nada más debería tratar de escribir sobre aquello que es capaz de ver; no valen, aquí, las consideraciones morales o éticas; esto último sería dominio exclusivo de los filósofos y los religiosos. Visto de esta forma el trabajo del escritor, se asemeja más al de un científico que al de un artista.
La ciencia no entiende de moral o ética. La matemática no precisa de la moral para ser exacta; simplemente lo es. Del mismo modo, el escritor debería hacer a un lado todo tipo de consideraciones morales: tiene que ser capaz de narrar una historia sin permitir que sus ideas, presunciones, creencias, atraviesen la narración: un cuento o una novela existen por si mismas, y se narran a si mismas. Cuando el autor se entromete en la historia con sus propias consideraciones, es donde la narración cae, pierde vigor y verosimilitud.
Todo lo anterior me lleva a pensar, entonces, que la única forma verdadera, para que una narración tenga vida propia, es que el escritor crea verdaderamente en lo que escribe. Si confía en la historia narrada, ésta crecerá y se desarrollará por si misma, sin que el escritor se inmiscuya en ella. Por supuesto una narración nunca se termina, ni siquiera cuando la última palabra se encuentra en su lugar; cuando la última frase a adquirido el color y el ritmo correcto. Un cuento o una novela son seres que vuelven a nacer y a recrearse con cada nueva lectura, nunca una narración esta por completo acabada.