Domingo, 10.30 hs
Ana se lanza al día como un nadador regresando a la superficie. La marea del sueño aún pervive en ella; bañándola con su regusto a sal; susurrando en sus oidos una canción apenas recordada; confundiéndose en ella.
Un brazo se alza y otro se desliza a un lado; la mano derecha camina entre las sábanas desarregladas semejante a un cangrejo ciego, hasta encontrar la nada; sólo sábanas blancas revueltas y el silencio que no llega a apagar la canción que la noche sin sueños le ha obsequiado.
La mirada agotada de Ana descansa sobre el techo blanco, semejante a una copa invertida. Las palabras de la canción giran, saltan, corretean aún ante ella. Palabras que no logra comprender, palabras secretas que le hablan de lugares tibios y hierba fresca.
El brazo izquierdo en lo alto. Los dedos intentando señalar algo allí arriba, pero Ana solo logra vislumbrar un fragmento blanco del techo. A su derecha, la otra mano, busca algo entre las sábanas. Nada encuentra, solo sábanas blancas y un vacío denso, vasto, pesado.
A través de las hendijas de la persiana cuchillos de luz caen sobre ella, quebrando su figura en diez mil trozos; que Ana intenta rearmar, como buscando una razón a otra noche semejante a tantas otras. Mañana volverá a la rutina de un trabajo aburrido; pero el domingo apenas a comenzado. Todo un día a su alrededor; un manojo de horas e instantes entre sus manos que le recuerdan el vacío del departamento de paredes tan blancas.
Ana. Boca arriba. Brazos abiertos; como crucificada en el lecho. Ana, boca arriba; cruzando los brazos sobre su pecho: un abrazo sin tiempo, y un par de ojos abiertos perdidos en el océano del techo. La mirada vagando a través del cuarto; buscando un rincón extraño, ajeno a ella. Pero toda la habitación le habla de Ana. Todo allí es ella. Curvas suaves y pálidas. El televisor parece dormir un sueño más placentero.
Desde la calle los sonidos llegan sordos, agotados: el traquetear de los autos; alguien gritando un nombre; un perro que ladra. La ciudad se cuela en el cuarto a tavés de la persiana; delgados hilos de luz dorada cruzan la cama, el suelo, las paredes, su cuerpo: el dormitorio es un espejo astillado donde Ana procura verse.