Poema diecisiete
El pueblo quieto engalanado de hastío,
asfalto quebrado,
la siesta ardiente del sábado,
el cielo canturrea una melodía
de plomo fundido;
un auto protopoc protopoc protopoc
quiebra el silencio;
el aire se mueve lento, agotado,
alzando columnas blancas de polvo;
el pueblo parece vestido de diamantes;
un gorrión baja al suelo,
buscando las semillas caídas;
en la puerta del almacén,
un vago se sostiene contra el marco;
el rostro oscuro y húmedo,
el sudor traza surcos
sobre las mejillas;
en el almacén solo silencio;
dos calles abajo,
un perro ladra;
las manos del vago
se aferran a la boina
manchada de grasa y sudor;
al otro lado de la calle,
las vías se ocultan
tras los pastos,
olvidadas del tren de los jueves;
el perro ladra;
desde el cielo,
llegan promesas de lluvia.