Poema veintiuno
Estás solo en tu casa,
las luces apagadas
mientras tu paso agotado
te lleva de un cuarto a otro,
masticando palabras de rabia
que no podés nombrar.
El teléfono, muerto, en tu mano,
no va a sonar;
¿cuántas veces lo viviste?,
creyéndote el centro del mundo,
tu propio mundo,
tu pequeño mundo.
Las palabras que anidan
en tu garganta
son música,
acordes alterados, rutinaria arritmia;
esperás, esperás, esperás
el teléfono ha muerto en tu mano.
Bailándo tu agria música,
un corso de ciegos ronda
en los rincones quietos de la casa.
Encerrado en los claustros
de tu pasado,
culpás a los otros.
Te aferrás a tus sueños
como a un arma,
¿por qué te odian tanto?
Pero no lo decís,
esas palabras de amargo compromiso
son una mentira;
todo en vos es una mentira.
El teléfono se estrella en un rincón;
y los ciegos corren a ocultarse.
No los ves; no podés verlos.