Ejercicio
Esto que sigue fue un ejercicio hecho en un taller literario. No recuerdo quien lo dirigía, no recuerdo bajo que consigna se realizó.
Solo figura una fecha: 24/02/99. Lo descubrí revolviendo papeles viejos, y me gustó... a pesar de saber que no es gran cosa; lo transcribo sin hacer correcciones, aunque hay cosas que no me agradan.
Me senté en el suelo apoyando la espalda contra el muro sin poder desprenderme de la imagen de la vasija al otro lado de la celda. Sabía que estaba allí; pude tomarla entre mis manos unos segundos antes o quizá fuesen días, no estoy seguro de ello. Sólo me senté, extraviado en los contornos de la vasija; líneas demasiado tenues que pronto se diluían en la superficie áspera de la vasija. Nunca la he visto, la luz es un recuerdo que me está vedado; mis ojos son mis manos de piel ampollada, la mirada es una extravagante colección de sueños que olvidé en el instante de despertar. Pero se que la vasija permanece allí, a solo un paso de mi cuerpo agotado, debo extender un brazo y llegaré a ella. Pero ya no preciso de éste conocimiento para saber de la vasija. La he abrazado, tocado, golpeado, pateado, rasguñado, olido durante tanto tiempo como para saber de ella. Si la vasija no estuviera allí, a solo un paso de mi cuerpo tendido en el suelo, la espalda contra el muro, lo sabría; el vacío de su ausencia se transformaría en algo intolerable, doloros; un vacío tan pesado y físico como la vasija misma. Nunca la abrí. nunca mis dedos hurgaron en ella. No lo deseo. Me basta saber que al moverla de un lado a otro algo resuena en ella con un plop plop blando. Muchas veces pensé que un trozo de mi cuerpo flota en medio de un líquido aceitoso, fragante; pero no deseo comprobarlo, me bastan mis sueños y mis anhelos.