Poema veintidós
Las nubes dibujan rostros imposibles en el cielo,
se deshacen en el aire tibio;
el grito de los pájaros marca el ritmo de mis dedos,
la danza lenta del tiempo;
tiempo cristalizado;
horas quietas;
tres de la madrugada,
el silencio me cobija en la cama aún tibia;
relojes detenidos;
los árboles se deshojan,
estoicos, pacientes, aburridos de si;
las manos mueren calladas;
en la esquina un borracho vomita;
la humedad se adhiere a mis brazos,
como una segunda piel,
más genuina que el jarrón azul;
clamor de solitarios en la calle desierta,
las putas regresaron a sus casas;
el borracho dormita agotado contra una pared;
ahora la calle se muestra aún más real,
despoblada y silenciosa;
el tiempo muere en cada tic tac del reloj;
espero dormirme pronto;
las sábanas revueltas;
el tic tac del reloj.