La aventura de Finnegan
El fin de semana pasado me atreví a comenzar una relectura de Finnegans wake.
Lo leí por primera vez hace unos cuatro o cinco años, y a duras penas logré terminarlo luego de un esfuerzo indecible.
Años antes me aventuré al Ulises; y no pude mas que rendirme al periplo de Bloom a través de Dublín. No tuve la intención de comprender o interpretar las claves desperdigadas a lo largo del libro; aunque, ¿quien es capaz de hacerlo?
Pero regresemos a Finnegans. Aquella primera vez, creía que el libro sería una experiencia similar a Ulises: una novela compleja, pero de la cual es posible disfrutar de la historia narrada en la superfice; una historia comprensible, fácil de leer; por momentos banal. No podría haber estado tan equivocado. Aquí la historia narrada -la de la familia Porter, signada por una serie de escándalos sexuales- se encuentra tan enrrevesada con el modo de contar, que es imposible lograr encontrar una primera historia, de una peripecia lineal y coherente.
¿Donde radica, entonces, la razón de dedicarle tiempo y esfuerzo a la lectura de una novela que no puede ser comprendida siquiera en el nivel más elemental?
El único modo de aproximación que logré encontrar es el de prescindir de cualquier intención de comprender la historia, nada más disfrutar del juego que realiza Joyce con el Lenguaje (sí, en mayúsculas). Y cuando digo lenguaje, no me refiero solamente al idioma inglés; estoy hablando del lenguaje como modo de comunicación.
Abstrayéndonos de cualquier intento de comprender, es posible gozar del revoltijo de palabras; juegos de palabras; neologismos; onomatopeyas; palabras inventadas sin ningún significado visible; referencias y autorreferencias; la mezcla, por momentos caótica, de palabras en latín, inglés, castellano, italiano, francés y alemán; palabras en inglés escritas fonéticamente.
Si se opta por este modo de acercamiento al texto, el Finnegans puede llegar a transformarse en una experiencia literaria inolvidable.