Ejercicio
La ciudad permanece quieta, semejante al cadáver de una mujer que alguna vez fue hermosa. Las calles se exhiben ante los ojos del viajero como recién lavadas. El hombre, vestido de agotamiento, se recuesta sobre una columna quebrada.
Una bandada de pájaros grises cruza por sobre la cabeza del hombre; gira en el aire cálido; por fin se dejan caer sobre los antepechos de un edificio alto, gris, callado.
El hombre los observa curioso; cualquiera creería que nunca se había encontrado alguna vez frente a un pájaro. Él ha viajado demasiado tiempo para para llegar a la ciudad; ahora parece no reconocerla; está convencido que la ciudad de sus sueños es más real que ésta.
Se escarba los dientes clavando entre ellos una uña sucia. Luego escupe un resto de carne. El sol cae suspendido sobre su cabeza está inmóvil, vistiendo a la ciudad de rojo.
El viajero tampoco recuerda con claridad el periplo que siguió hasta allí. Su memoria es como un rompecabezas a medio armar; fragmentos inconexos que en algún momento adquirirán un sentido. Recuerda un tren desvencijado, avanzando a través de un mar de arena blanca como hueso; recuerda un pueblo de casas blancas y bajas, donde los viejos parecían vivir en una siesta eterna; recuerda el cuerpo de una mujer; recuerda a un hombre que le habla con un tono seco, cortante, autoritario; luego le entrega una carpeta con papeles sellados, que se perdió en algún recodo de su periplo. El viajero cree haber dormitado en un hotel que alguna vez fue lujoso; un enano lo acompañó durante buena parte del viaje, luego se extravió como la carpeta.
El hombre espera.
Tal vez deba quedarse allí, sentado en el banco de piedra.
Tal vez deba seguir viajando.
Aún no lo sabe.